Una persona considerada culta, difícilmente se atreva a confesar algo como «yo de Literatura no entiendo nada» o «no sé nada de Historia». Sin embargo es muy frecuente escuchar decir «yo de Arquitectura no entiendo nada», siendo la arquitectura el escenario primordial de nuestra existencia en el espacio, como la historia lo es en el tiempo. En ambas dimensiones transcurre la vida.
Todo el mundo sabe cómo puede ayudarnos un médico o un abogado, pero un arquitecto… ¿qué es, en realidad?
Estas son las opiniones más difundidas en cualquier parte del mundo:
¿ Usted llamaría a un arquitecto para reformar su casa?
– Yo no necesito arquitecto… «El planito» es lo de menos. Con un albañil me basta, déjeme de arquitectos, mi casa me la hice yo.
– El arquitecto está para cosas grandes.
– Lo necesito solamente para aprobar el plano municipal.
– A mí nadie va a decirme cómo debo vivir, por más arquitecto que sea.
– «¿Y por qué no estudió un poco más y se recibió de ingeniero?», es una pregunta que los arquitectos escuchamos con frecuencia.
Reformas
Las reformas y las casas nuevas que el pueblo emprende por su cuenta, constituyen un volumen constructivo aproximadamente igual a la suma de todas las construcciones restantes y son encaradas sin intervención de arquitectos en un 95 % de los casos, según una estadística reciente de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay, generalizable a otros países, con pocas variaciones.
El 70 % de las casas se reforman o crecen. Es notable la cantidad de errores de todo tipo que podrían ser evitados con la intervención de arquitectos debidamente entrenados en la atención a familias diversas (todas los son), un tema que no se estudia en las facultades de arquitectura. De hecho, en muchos casos, una vivienda puede crecer sin agregarle nada y sin achicar los ambientes –aunque tal cosa parezca un absurdo geométrico– economizando dinero y materiales. El pensamiento previo a la construcción es lo más económico que hay y lo que más se descuida.
El Programa de Arquitectos de la Comunidad en Cuba, primero en su género, contribuye a revertir esta situación atendiendo a unas 45.000 familias al año, una por una, cara a cara, como lo hacen los médicos.
Sin embargo, a mi juicio, este magnífico programa corre el riesgo de apagarse gradualmente si no se reforman las fábricas de arquitectos, donde se los sigue preparando para grandes obras y no para escuchar y atender a la población, que es la principal demanda social en todas partes.
Existen buenos profesores, pero no son ellos quienes marcan la impronta, sino el paradigma institucional heredado.